Un chico ha llegado con una onicocriptosis en segundo dedo, onicocriptosis que presenta infección.
NATURISMO MAL ENTENDIDO Durante mis vacaciones en la Playa de Zahara de los Atunes, playa ya he dicho inmensamente larga y con partes libres vírgenes, hay mucho naturista (naturista se llaman a los que hacen nudismo y creo que el término está mal empleado). No tengo absolutamente nada en contra de este tipo de práctica, es mas a veces he pensado, !mira que bien!, el aire les da en las pelotas, el viento silva entre el frondoso valle pubiano, el fresquito les refresca la pirindola y la arena se les puede meter en el ojete con lo cual luego se tienen que entretener en sacarla no siendo que se les haga una perla en el mejillón. Repito, no tengo nada en contra de quien realiza nudismo no veo nada malo en realizarlo, lo que no me gusta, no entiendo y es una falta de respeto, es el espectáculo que dan algunos de estos mal llamados naturistas que se creen con derecho a hacer de todo donde y cuando les da la gana. Empezando por lo mas liviano como es dejar la playa como un vertedero de botellas, latas y plásticos. Algunos de estos cerdos "amantes" de la naturaleza, se dedicaban, además de a enseñar el culo, las tetas, el pito y la pita, a beber como cosacos y a tirar toda su basura en la arena, marchándose a su casita que seguramente la tendrán como una cuadra y en la que no podrán ni andar descalzos, ya no digo desnudos, por que seguro que se clavan los cristales de las botellas que van tirando por los pasillos. Me parece deprimente que unos tipos y tipas que se las dan de progres ("¿es progre estar en pelota picada en la playa?"), que dicen que aman la naturaleza, que quieren sentir el aire puro rozando sus partes pudendas, y sentir como el agua se mete entre todos los pliegues de su cuerpo ni tela alguna que moleste, puedan ser tan guarros y cerdos con la naturaleza, dejando su alrededor como un basurero.
Por otro lado, nunca como este año he visto tantos espectáculos pornográficos sin clasificar para menores. Un día con mi hijo, cuando fuimos a entrenar, a eso de las 10 de la mañana se pusieron a nuestro lado dos lesbianas que nos hicieron un espectáculo lésbico digno de una película de sexo explícito. Otro día por la tarde, ya al finalizar el día playero, a punto de la puesta de sol, al lado del primer búnker (para los que conocen la playa) una pareja de maricones (se llaman así a los gay creo) estaban dando un espectáculo lamentable, enseñando a todo el mundo como se toca la zambomba y como se besan dos tíos con el culo pelado (colorado por el sol, quiero decir).
Por último, una pareja de heterosexuales, mostraban públicamente como si eso fuese lo mas natural, como se copula libremente en una playa a cualquier hora, mostrando sus pelotas cual albóndigas empanadas por la arena, y ya que estamos en el mar y en la playa, la coquina llena de conchas diminutas pegada a los lados.Me parece una auténtica vergüenza todo este espectáculo, y no por mi, que sinceramente me da igual, pero sí por la cantidad de niños que han visto espectáculos que en la televisión están clasificados X y que como películas pornográficas eran de las fuertes. Estos naturistas de mierda no tienen sentido de la intinidad pues por muy naturista que se sea, hay cosas, como las contadas por ejemplo, que creo que hay que hacerlas en la mas absoluta intimidad, sin que nadie te vea, sin dar espectáculo y sin que los niños te puedan ver. Estos shows lésbicos, mariconiles, heteros, de tortilleras, gays y parejas duales, que los hagan en sus casitas y delante de sus familiares, sobrinos, padres, hijos, hermanos y hermanos, y si tienen abuelita, pues delante de ella.
ARTURO PÉREZ REVERTE
Pongo por interesante el siguiente artículo que me mandó Lorenzo Quirós, escrito por Pérez Reverte despidiendo al mostrenco e inepto de Zapatero como presidente del gobierno de España.
Sobre imbéciles y malvados
No quiero, señor presidente, que se quite de en medio sin dedicarle un recuerdo con marca de la casa. En esta España desmemoriada e infeliz estamos acostumbrados a que la gente se vaya de rositas después del estropicio. No es su caso, pues llevan tiempo diciéndole de todo menos guapo. Hasta sus más conspicuos sicarios a sueldo o por la cara, esos golfos oportunistas -gentuza vomitada por la política que ejerce ahora de tertuliana o periodista sin haberse duchado- que babeaban haciéndole succiones entusiastas, dicen si te he visto no me acuerdo mientras acuden, como suelen, en auxilio del vencedor, sea quien sea. Esto de hoy también toca esa tecla, aunque ningún lector habitual lo tomará por lanzada a moro muerto. Si me permite cierta chulería retrospectiva, señor presidente, lo mío es de mucho antes. Ya le llamé imbécil en esta misma página el 23 de diciembre de 2007, en un artículo que terminaba: «Más miedo me da un imbécil que un malvado». Pero tampoco hacía falta ser profeta, oiga. Bastaba con observarle la sonrisa, sabiendo que, con dedicación y ejercicio, un imbécil puede convertirse en el peor de los malvados. Precisamente por imbécil.
Agradezco muchos de sus esfuerzos. Casi todas las intenciones y algunos logros me hicieron creer que algo sacaríamos en limpio. Pienso en la ampliación de los derechos sociales, el freno a la mafia conservadora y trincona en materia de educación escolar, los esfuerzos por dignificar el papel social de la mujer y su defensa frente a la violencia machista, la reivindicación de los derechos de los homosexuales o el reconocimiento de la memoria debida a las víctimas de la Guerra Civil. Incluso su campaña para acabar con el terrorismo vasco, señor presidente, merece más elogios de los que dejan oír las protestas de la derecha radical. El problema es que buena parte del trabajo a realizar, que por lo delicado habría correspondido a personas de talla intelectual y solvencia política, lo puso usted, con la ligereza formal que caracterizó sus siete años de gobierno, en manos de una pandilla de irresponsables de ambos sexos: demagogos cantamañanas y frívolas tontas del culo que, como usted mismo, no leyeron un libro jamás. Eso, cuando no en sinvergüenzas que, pese a que su competencia los hacía conscientes de lo real y lo justo, secundaron, sumisos, auténticos disparates. Y así, rodeado de esa corte de esbirros, cobardes y analfabetos, vivió usted su Disneylandia durante dos legislaturas en las que corrompió muchas causas nobles, hizo imposibles otras, y con la soberbia del rey desnudo llegó a creer que la mayor parte de los españoles -y españolas, que añadirían sus Bibianas y sus Leires- somos tan gilipollas como usted. Lo que no le recrimino del todo; pues en las últimas elecciones, con toda España sabiendo lo que ocurría y lo que iba a ocurrir, usted fue reelegido presidente. Por la mitad, supongo, de cada diez de los que hoy hacen cola en las oficinas del paro.
Pero no sólo eso, señor presidente. El paso de imbécil a malvado lo dio usted en otros aspectos que en su partido conocen de sobra, aunque hasta hace poco silbaran mirando a otro lado. Sin el menor respeto por la verdad ni la lealtad, usted mintió y traicionó a todos. Empecinado en sus errores, terco en ignorar la realidad, trituró a los críticos y a los sensatos, destrozando un partido imprescindible para España. Y ahora, cuando se va usted a hacer puñetas, deja un Estado desmantelado, indigente, y tal vez en manos de la derecha conservadora para un par de legislaturas. Con monseñor Rouco y la España negra de mantilla, peineta y agua bendita, que tanto nos había costado meter a empujones en el convento, retirando las bolitas de naftalina, radiante, mientras se frota las manos.
Ojalá la peña se lo recuerde durante el resto de su vida, si tiene los santos huevos de entrar en un bar a tomar ese café que, estoy seguro, sigue sin tener ni puta idea de lo que vale. Usted, señor presidente, ha convertido la mentira en deber patriótico, comprado a los sindicatos, sobornado con claudicaciones infames al nacionalismo más desvergonzado, envilecido la Justicia, penalizado como delito el uso correcto de la lengua española, envenenado la convivencia al utilizar, a falta de ideología propia, viejos rencores históricos como factor de coherencia interna y propaganda pública. Ha sido un gobernante patético, de asombrosa indigencia cultural, incompetente, traidor y embustero hasta el último minuto; pues hasta en lo de irse o no irse mintió también, como en todo. Ha sido el payaso de Europa y la vergüenza del telediario, haciéndonos sonrojar cada vez que aparecía junto a Sarkozy, Merkel y hasta Berlusconi, que ya es el colmo. Con intérprete de por medio, naturalmente. Ni inglés ha sido capaz de aprender, maldita sea su estampa, en estos siete años
Agradezco muchos de sus esfuerzos. Casi todas las intenciones y algunos logros me hicieron creer que algo sacaríamos en limpio. Pienso en la ampliación de los derechos sociales, el freno a la mafia conservadora y trincona en materia de educación escolar, los esfuerzos por dignificar el papel social de la mujer y su defensa frente a la violencia machista, la reivindicación de los derechos de los homosexuales o el reconocimiento de la memoria debida a las víctimas de la Guerra Civil. Incluso su campaña para acabar con el terrorismo vasco, señor presidente, merece más elogios de los que dejan oír las protestas de la derecha radical. El problema es que buena parte del trabajo a realizar, que por lo delicado habría correspondido a personas de talla intelectual y solvencia política, lo puso usted, con la ligereza formal que caracterizó sus siete años de gobierno, en manos de una pandilla de irresponsables de ambos sexos: demagogos cantamañanas y frívolas tontas del culo que, como usted mismo, no leyeron un libro jamás. Eso, cuando no en sinvergüenzas que, pese a que su competencia los hacía conscientes de lo real y lo justo, secundaron, sumisos, auténticos disparates. Y así, rodeado de esa corte de esbirros, cobardes y analfabetos, vivió usted su Disneylandia durante dos legislaturas en las que corrompió muchas causas nobles, hizo imposibles otras, y con la soberbia del rey desnudo llegó a creer que la mayor parte de los españoles -y españolas, que añadirían sus Bibianas y sus Leires- somos tan gilipollas como usted. Lo que no le recrimino del todo; pues en las últimas elecciones, con toda España sabiendo lo que ocurría y lo que iba a ocurrir, usted fue reelegido presidente. Por la mitad, supongo, de cada diez de los que hoy hacen cola en las oficinas del paro.
Pero no sólo eso, señor presidente. El paso de imbécil a malvado lo dio usted en otros aspectos que en su partido conocen de sobra, aunque hasta hace poco silbaran mirando a otro lado. Sin el menor respeto por la verdad ni la lealtad, usted mintió y traicionó a todos. Empecinado en sus errores, terco en ignorar la realidad, trituró a los críticos y a los sensatos, destrozando un partido imprescindible para España. Y ahora, cuando se va usted a hacer puñetas, deja un Estado desmantelado, indigente, y tal vez en manos de la derecha conservadora para un par de legislaturas. Con monseñor Rouco y la España negra de mantilla, peineta y agua bendita, que tanto nos había costado meter a empujones en el convento, retirando las bolitas de naftalina, radiante, mientras se frota las manos.
Ojalá la peña se lo recuerde durante el resto de su vida, si tiene los santos huevos de entrar en un bar a tomar ese café que, estoy seguro, sigue sin tener ni puta idea de lo que vale. Usted, señor presidente, ha convertido la mentira en deber patriótico, comprado a los sindicatos, sobornado con claudicaciones infames al nacionalismo más desvergonzado, envilecido la Justicia, penalizado como delito el uso correcto de la lengua española, envenenado la convivencia al utilizar, a falta de ideología propia, viejos rencores históricos como factor de coherencia interna y propaganda pública. Ha sido un gobernante patético, de asombrosa indigencia cultural, incompetente, traidor y embustero hasta el último minuto; pues hasta en lo de irse o no irse mintió también, como en todo. Ha sido el payaso de Europa y la vergüenza del telediario, haciéndonos sonrojar cada vez que aparecía junto a Sarkozy, Merkel y hasta Berlusconi, que ya es el colmo. Con intérprete de por medio, naturalmente. Ni inglés ha sido capaz de aprender, maldita sea su estampa, en estos siete años